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ALDEA GLOBAL | julio-agosto 2020 | Escritura PÚBLICA | 47 T ODAS las casonas lo tenían. Era un pequeño estanque rec- tangular de fondo plano situado a cielo abierto en el vestí- bulo de la vivienda. Se denominaba impluvium y en él desembocaba el agua de lluvia que recogían los tejados. Esa aper- tura central en el techo del edificio proporcionaba además luz solar a las habitaciones. El impluvium solía estar conectado a una cisterna que almacenaba el agua para el uso de sus moradores, regulando también la temperatura cuando apretaba el calor, fun- ción a la que generosamente contribuían las corrientes de aire establecidas por la disposición inteligente de las estancias. Este modelo de sostenibilidad y eficiencia en el uso de los recursos naturales regía en las “domus” romanas hace más de veinte siglos, heredado en gran medida de los griegos y etruscos. La dramática erupción del Vesubio en el 79 d. C. sepultó en pocas horas varias localidades situadas en las faldas del volcán frente a la bahía de Nápoles, la mayor de ellas Pompeya, donde se calcu- la que vivían unos 15.000 habitantes. El coste en vidas humanas debió ser brutal por la virulencia de la erupción, pero el aluvión de cenizas, piedra pómez y residuos volcánicos anegó completa- mente aquella ciudad manteniéndola bajo su manto durante casi dos milenios como en una lata de conserva. Gracias a aquella tragedia y los posteriores trabajos arqueo- lógicos que aún continúan, iniciados por Carlos III en 1748, hoy podemos viajar en el tiempo y apreciar el grado de bienestar alcanzado por las ciudades romanas, cuyo diseño respondía a unas pautas urbanísticas de un pragmatismo y una racionalidad exquisitas. Partiendo de un núcleo central, donde solían situarse los templos, edificios públicos y espacios de reunión o esparci- miento, la ciudad crecía como un damero en torno a dos calles principales, el “cardo”, de norte a sur, y el “decumano”, de este a oeste. El resto de las vías, paralelas a uno y a otro lado, eran generalmente más estrechas. De esta forma se organizaba también el movimiento de per- sonas, animales y carruajes. Un atento paseo por las ruinas de Pompeya permite advertir hasta qué punto sus pobladores goza- ban de una calidad de vida urbana que ya quisieran hoy la mayo- ría de nuestras ciudades. El peatón, tan acosado actualmente, tenía su espacio protegido y garantizado en unas amplias aceras de altos bordillos para que ni carros ni caballos las invadieran. En los cruces no disponían, como ahora, de semáforos, pero sí de unas piedras de paso a la misma altura que los bordillos y a la distancia adecuada para que el vian- dante pudiera pasar de unas a otras sin dificultad y los carruajes rodar entre ellas. Esos obstáculos obligaban, además, a los vehículos de tracción animal a frenar su carrera evitando así los atropellos, la misma función que hoy cumplen los llamados “bultos” en las carreteras de zonas residenciales. En Pompeya, como en cualquier otra ciudad roma- na, no todas las casas eran grandes domus ni disponían de un impluvium que les garantizara el suministro de agua, pero los lla- mados insulae , que vivían en bloques de alquiler, tenían fuentes que proliferaban por toda la ciudad. Una red homogénea garan- tizaba la disponibilidad de agua a sus habitantes de forma y manera que ninguno de ellos tuviera que andar más de 40 metros para cargar sus cántaros. Las fuentes eran además la excusa perfecta para introducir elementos ornamentales al pai- saje urbano. El mercado, las tiendas y los espacios de ocio como el teatro, las termas, la taberna e incluso la casa de lenocinio, todo estaba a mano en aquella Pompeya que en solo dos días se tragó el Vesubio. Un concepto de ciudad donde el tiempo pasaba despa- cio y donde se daba preferencia al bienestar de sus moradores por encima de otros intereses. Los efectos salutíferos del ocio y la calidad de vida ya fueron observados y puestos en práctica hasta la sublimación quinientos años antes en la Grecia de Pericles. Epidauro, una pequeña ciu- dad al noroeste del Peloponeso, donde se hallaba el santuario de Asclepio, se convirtió en lugar de peregrinación de quienes invo- caban a los dioses sanatorios para curar sus males. Entendieron sus moradores que para ayudar a las divinidades a sanar enfer- mos era bueno que éstos dispusieran de toda suerte de instala- ciones lúdicas que les permitiera disfrutar de una convalecencia placentera. Es por ello que, además de los templos y hospitales, hubiera instalaciones deportivas, salones para banquetes, baños, jardines y un teatro cuyas condiciones acústicas ningún auditorio ni coliseo operístico ha logrado todavía superar. En Epidauro había concursos de poesía hace dos mil quinientos años. Su entorno natural, una llanura rode- ada de viñedos y montañas, contri- buía a transmitir a los sentidos el efec- to deseado. Un pequeño paraíso bien comunicado con Atenas desde donde se podía llegar en barco en solo seis horas. Ni el urbanista más ingenuo caería en la utopía de regresar al pasado para reeditar modelos de ciudad como los de Pompeya o Epi- dauro habitadas entonces por unos miles de personas y no millo- nes como las actuales megalópolis. No obstante, una mirada retrospectiva a quienes en el pasado lograron tan alto nivel de excelencia ayudaría, sin duda, a encontrar fórmulas capaces de conjugar las demandas de una sociedad cada vez más sofisticada y exigente con la sostenibilidad medioambiental y el uso racional de los recursos naturales. Las nuevas tecnologías impulsarán las ciudades inteligentes con infraestructuras que agilizarán la movi- lidad de la gente y la dotarán de nuevos servicios hasta ahora ini- maginables. Pero el avance en las ciudades del futuro nunca será óptimo si no logran en ellas adaptar el tiem- po y el espacio a la dimensión del ser humano. Vivir sin prisas, tenerlo todo a mano y disfrutar de las cosas sen- cillas, proporcionó a los clásicos una calidad de vida que no debiéramos despreciar. Pompeya y Epidauro nos dejaron algo más que unas ruinas. Regreso a Pompeya y Epidauro CARMELO ENCINAS, periodista  carmeloencinas@hotmail.com @CarmeloEnc «El avance en las ciudades del futuro nunca será óptimo si no logran en ellas adaptar el tiempo y el espacio a la dimensión del ser humano» ‘Los acentos de la inteligencia artificial’

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